Qué mejor modo de inaugurar La boda de Belisea que comenzar con el principio de todos los cuentos.
Érase una vez una niña que soñaba con ser princesa. Desde pequeña, le encantaba ver las películas de Disney y jugaba con todo tipo de muñecas vestidas a la antigua y cursis, de princesas -las favoritas, por supuesto, esas muñecas dementes cuyos cuerpos no podrían existir en realidad porque serían deformes: las barbies-. Pero recapacitando sobre el porqué de tanta pasión con las bodas, no llego a una conclusión definitiva. En realidad, mi película de dibujos favorita siempre fue «Alicia en el país de las maravillas», y no es que precisamente ella se vistiese de novia. De hecho, solo caigo en estos momentos en dos princesas Disney vestidas de novia: Cenicienta y Ariel. Creo recordar que el resto de princesas -Aurora, Bella, Rapunzel…- acaban bailando con el príncipe enfundadas en vestidos preciosos de colores, pero son más modernas: no se casan.
Sí, reconozco que siempre me gustaron las princesas. Las de Disney y las de verdad. Antes de empezar a pensar en si algún día me casaría, ya me tragaba todas las bodas reales que echaban por televisión (Mette-Marit, Marie Donaldson, Letizia…), sentada ante la tele con un bol gigante de palomitas. Incluso ante un simulacro tremendo de oposición, no pude evitar tragarme de cabo a rabo el bodorrio de Kate Middleton y el príncipe Guillermo. Quería verlo todo: invitadas, tocados, vestidos, pajecillos…-pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión-. Las bodas son hermosas y aquella mujer que las aborrezca ha vivido de cerca algún mal divorcio o tiene algún problema con el amor. Palabra de bodaficionada. Puede que no quieras casarte por un millón de motivos, pero «odiar una boda o un vestido de novia» son palabras mayores.
Supongo que antes, aunque me gustaban las bodas, no pensaba tanto en la mía futura porque no había conocido a la persona adecuada, pero el príncipe azul apareció hace un tiempo y se desató en mí la locura. Afortunadamente, mi chico conoce mis oscuros designios y no ha salido corriendo. Él es el único que guarda mi secreto y que sabe que, si un día estoy depre, solo el chocolate, un chivitas y una buena revista de vestidos de novia me animan. Gracias por eso, amor mío.
Ahora bien, antes de que la locura bodiaficionada saliera a la luz, yo ya había llorado con una pedida de mano de Youtube, la mejor pedida de mano del mundo. Tiene muchísimas visitas, pero si no la has visto, merece la pena pararte unos minutitos. Eso sí, me encanta exactamente hasta el minuto 6:50, porque a partir de ahí el príncipe azul se columpia un rato… Una boda necesita detalles, preparación, perfección y mimo, mucho mimo. Y eso es algo que a mí me encanta hacer, motivo por el cual inauguro oficialmente La boda de Belisea. Bienvenidas a todas y disfrutad del blog todo lo que podáis, tanto o más como yo lo haré con los posts.
Belisea